viernes, 19 de agosto de 2016

La ociosidad como delito en el derecho penal inca

Escriben: José Carlos Mendoza Valdez y Claudia Flores Fuentes

Introducción
“El hombre no tiene naturaleza sino (…) historia”; sentencia harto significativa de quien por antonomasia puede ser considerado el filósofo español más influyente del siglo XX. Y es que el acento puesto por Ortega y Gasset en la siempre escurridiza meditación sobre el pasado nos persuade a señalar aspectos medulares concernientes a una figura delictiva un tanto curiosa si la auscultamos desde nuestra perspectiva occidentalizada, pero que, por otra parte, fue sabiamente regulada en un derecho cimentado en la costumbre, como lo fue el incaico, a través de refranes, cuya presencia puede hoy ser verificada, todavía, en muchos lugares de esta parte del continente.}


La fuerza de trabajo en el incanato
La fuerza de trabajo era, a no dudarlo, el referente de riqueza por excelencia en una sociedad cuya economía se basaba principalmente en la agricultura, la ganadería y la minería. Por consiguiente, el hecho de asignársele al padre de familia, una porción de terreno por cada hijo nacido, no se estimaba tanto por el predio, en sí mismo considerado, sino por la fuerza de trabajo que un miembro más representaba en el proceso productivo.
De ahí la estricta regulación edificada en torno al trabajo, el que, a su turno, se desarrollaba sujeto a un régimen colectivo, lo cual no solo indicaba –como bien precisa Franklin Pease G. Y.– la participación de toda la comunidad del ayllu, sino que esta participación era simultánea[1]. Además de ello, el trabajo era obligatorio, razón esta por la cual los habitantes del Tahuantisuyo tenían alguna labor que desempeñar, aun cuando pareciese inútil su actuación. Al respecto la historiadora María Rosworowski señala que en algunos valles paupérrimos donde la producción era sumamente escasa el inca estableció que se tributase con canutos de piojos vivos[2], tanto para asegurar la higiene en el poblado como para mantener a la gente ocupada en alguna tarea.
En este sentido, como bien lo menciona Villavicencio, el ocio, la vagancia, el desempleo, no se conocían en la sociedad de los incas. El hecho del nacimiento implicaba ciertos derechos, pero sobre todo el deber de trabajo. Por lo tanto todos trabajaban, desde el inca hasta los que se encontraban en los estratos sociales más bajos, con la única excepción de los niños, enfermos y ancianos. Aunque en este último sentido, difiere parcialmente Guamán Poma, en tanto menciona que a los niños se les asignaba labores propias de su edad, como el pastoreo, hilado, recolección de flores, etc. Y a los mayores, otras tantas como la cría de animales menores o el tejido de sogas. A quienes padecían de algún defecto físico o psicológico se les encomendaba tareas en torno a las capacidades que poseían (tejer, cuidar casas, etc.).
Finalmente, el trabajo mostraba su carácter recíproco a través de dos modalidades, las que, a efectos de la presente glosa, solo es preciso mencionar, la mitta y la minga, esta manifestada en el trabajo solidario entre los miembros del ayllu, y aquella en el trabajo que se realizaba en las tierras del Sol y del inca.

La ociosidad como delito grave
Ahora bien, trazadas, a grandes rasgos, las características que el trabajo tuvo en el Tahuantinsuyo, es deseo nuestro, exponer las razones por las que creemos, fue considerada la ociosidad como un delito, tan grave, que en última instancia mereció la pena capital.
El poderío cusqueño comenzó su acelerada expansión, más allá del valle en el que inicialmente se asentó, en la primera mitad del siglo XV, con el advenimiento del inca Pachacutec, vencedor de los chancas. Este proceso mereció el concurso de un aparato administrativo, religioso y militar, los que, a su vez, se sustentaban en el producto de la fuerza de trabajo de la población. En otras palabras, las labores de conquista requerían tambos abastecidos de comida, ropa y armas para los ejércitos, o en su caso de artículos suntuosos, si la anexión de algún nuevo territorio al Tahuantinsuyo se llevaba a cabo pacíficamente mediante la reciprocidad, a través de ceremonias públicas en las que, además de comer y beber, el inca junto a los señores conquistados, les daba mujeres y artículos de lujo, fruto del trabajo de los artesanos que eran trasladados al Cusco desde diferentes regiones del naciente Estado.
Otro aspecto importante es el de la redistribución que, de los frutos del trabajo en las tierras del inca, se hacía a favor de los pueblos que sufrían de hambrunas, producto de fenómenos naturales como las sequías o inundaciones de la tierra de cultivo. A ello, tal vez sea necesario añadir que los funcionarios dedicados al culto cumplían una labor ideológica de dominación, pues no debemos olvidar que quien ceñía la mascaipacha en el elegido para el gobierno era el Vila Oma, esto es, el sumo sacerdote, en señal de aprobación divina del nuevo gobernante. Todos estos funcionarios eran sostenidos con la producción de las tierras del Sol.
Lo dicho hasta este punto nos lleva a sostener que la fuerza de trabajo de la población era la fuente primaria del sostenimiento del poderío cusqueño, de lo que no nos resta más que deducir la importancia de mantener ocupada a las personas, aun cuando sea en labores que no merecieran, a simple vista, la mayor trascendencia; sin embargo, tales argumentos en nada mellan el carácter constructivo de la máxima que mandaba a los habitantes alejarse de la ociosidad, que es al fin y al cabo madre de todos los vicios, y en ella misma radica su consideración como delito en el antiguo Perú.


¿Cómo se castigaba la ociosidad?
A continuación solo nos queda ocuparnos de las sanciones derivadas de la obligatoriedad del trabajo. De acuerdo con Murúa se aplicaban tres tipos de pena, en primer grado, el castigo público, que podía realizarse a través de una reprimenda pública, luego, la pena de tormento, y finalmente la pena de muerte en los casos de reincidencia, o si se trataba del hijo de algún señor principal que no quería aprender un oficio. La severidad que delata la pena aplicada en este último caso tiene que ver con la especial posición del encausado, pues al ser parte de la clase dirigente debía, con mayor razón, mostrarse solícito en el cumplimiento de alguna labor como ejemplo para los gobernados. La pena capital se ejecutaba colgando de los pies al condenado hasta que muriese (aplicada también a la mujer adúltera), y si era noble, se le decapitaba, al ser considerada, esta, la más honrosa de las penas, también podía operar la conmutación de la misma por la de prisión perpetua. Ahora bien, al tratarse de un haragán no consuetudinario, se le aplicaban penas corporales, como el azote o el corte de los artejos postrimeros de los dedos.
Finalmente, hemos de decir que, además de nuestra gran afición por la historiografía jurídica, nos lleva a la reflexión sobre la ociosidad, las consideraciones que sobre ella se han hecho a través de las legislaciones contra la vagancia que vieron la luz en los primeros años del siglo pasado, fruto pues de la explosiva y “efímera” influencia del positivismo criminológico, que hoy día pulula en nuestro medio disfrazado de manso cordero, el mismo que postulaba la represión de la vagancia como medida preventiva para combatir el delito, circunstancia que en no pocos casos dio cause a una actuación extrema de la criminalización secundaria de la que habla el profesor Zaffaroni en su monumental Manual y que, a su turno, fuera denunciada por el no menos preclaro Mariátegui. Sin embargo, tales reflexiones serán materia de un próximo trabajo, si el director de la revista nos lo permite.

Tomado de Contranatura, la revista. Facultad de derecho de la Universidad Nacional de Arequipa, año 1, núm. 2, agosto de 2009.

[1] Pease G. Y., Franklin. “Aproximación al delito entre los incas”, en Derecho, Pontificia Universidad Católica del Perú, núm. 29, Lima, 1971, p. 57.

[2] Rostworowski, María. Pachacutec. Inca Yupanqui, Obras Completas I, Primera Edición, IEP, Lima, 2001, p. 206.

lunes, 1 de agosto de 2016

Gómez Suárez de Figueroa "Inca Garcilaso de la Vega"

Las nostalgias y melancolías impulsaron a Garcilaso de la Vega a escribir sobre los incas, sus antepasados, de quienes se decían caprichosas historias. El mestizo peruano quiso contestar esas falsedades y se convirtió en el rey de los cronistas.

Los mestizos: el resultado del encuentro de dos mundos
Francisco Pizarro tuvo tres hijos con mujeres indias. Un hijo con doña Angelina, hija de Atahualpa Inca, y dos con doña Inés de Huaylas, hija de Huaina Cápac. Fueron mestizos; hijos nacidos de la unión entre un español y las dos indias. Muchos casos de españoles e indias, como el del marqués, se dieron durante los primeros conquistadores, porque su tropa carecía de mujeres. Después de ellos, por muchas décadas más, siguió primando esa vinculación, porque venían más varones que mujeres de España.

Retrato imaginario del Inca Garcilaso de la Vega en España.
El español solo se casaba con una de su clase
Esa unión fue, en todo caso, una unión forzada, una muestra más del dominio colonial, porque casi todas las mujeres indias fueron tomadas como concubinas y sus hijos considerados como bastardos. El español no se podía casar sino con española. Cuando las españolas empezaron a llegar al Virreinato, las  concubinas indias y los hijos mestizos fueron abandonados. Por el contrario, hubo durante el coloniaje muy pocos casos de mestizaje como consecuencia de la unión entre un indio y una española. “A los hijos de español y de india o de indio y española nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias; y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él”, decía el Inca Garcilaso de la Vega.

Los mestizos sufrieron una atroz discriminación
Sin embargo, la clase social de los mestizos fue totalmente discriminada, sin ser aceptada por la república de los españoles ni por la república de los indios. Entre las restricciones que tenían los mestizos, están las siguientes:
1. No podían ejercer funciones públicas.
2. Estaban prohibidos de portar armas, distinción que estaba reservada para los españoles, criollos y caciques.
3. Por lo general, no eran aceptados en los seminarios ni en las órdenes religiosas. No podían ser sacerdotes.
4. No podían ser nombrados como caciques, cargo que estaba destinado solamente para los hijos de la nobleza incaica.
5. Algunos vivieron a expensas de sus padres, sirviendo en sus casas o haciendas. Otros aprendieron y ejercieron algunos oficios. Muchos se convirtieron en labriegos o campesinos.
Pero, demográficamente, iban cobrando cada vez más importancia. Los datos sobre la población por razas que se tiene del siglo XVIII dan a notar que los mestizos habían aumentado considerablemente en el Virreinato del Perú. Entre tanto, la población indígena había disminuido peligrosamente.

Un notable mestizo: el Inca Garcilaso de la Vega
Nació en el Cusco, al que él llamaba Cozco, el 12 de abril de 1539. Fue bautizado con el nombre de Gómez Suárez de Figueroa. En esa época, los niños podían usar cualquiera de los apellidos de sus padres y así lo llamaron también como homenaje a uno de los antepasados de su padre. A los 24 años, cambió su nombre por el de Gómez Suárez de la Vega y, más tarde, por el de Garcilaso de la Vega. Para no confundirlo con el nombre de otro famoso escritor español (Garcilaso de la Vega) se lo llama hoy día: Inca Garcilaso de la Vega. Su padre fue el capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega, quien había llegado con las huestes de Pedro de Alvarado al Perú en 1534 y se quedó para reforzar a Francisco Pizarro y Diego de Almagro, y su madre fue la ñusta Isabel Chimpu Ocllo, nieta de Túpac Yupanqui, sobrina de Huaina Cápac y prima de Huáscar y Atahualpa. El capitán español ya no se benefició con el tesoro de Atahualpa pero obtuvo una encomienda en Cotanera, a orillas del río Apurímac, y se estableció en el Cusco, en una casa palaciega de cimientos incaicos y arcos y balcones españoles. Dicha casa todavía existe en la plaza del Regocijo. El capitán Garcilaso de la Vega fue uno de los actores de las guerras civiles entre los españoles y no siempre estuvo del mismo lado, por lo que se burlaban de él diciéndole: “... el leal de tres horas”. En la batalla de la Huarina (20-10-1547; al sureste del lago Titicaca), combatió al lado de Gonzalo Pizarro. Se cuenta que éste perdió su cabalgadura y el capitán Garcilaso de la Vega le cedió la suya, gesto que contribuyó al triunfo del insurrecto. Luego de que Gonzalo Pizarro fuera vencido por el pacificador La Gasca y ajusticiado, Garcilaso de la Vega retornó a las huestes realistas y, a pesar de que su casa cusqueña fue saqueada por los partidarios de Gonzalo Pizarro, siguió gozando de algunos privilegios de la Corona.

Gomez Suarez de Figueroa "Inca Garcilaso de la Vega"
¿Cómo fueron los primeros años del inca?
Se cuenta que a la casa del capitán Garcilaso de la Vega y su mujer Isabel Chimpu Ocllo asistían más de un centenar de comensales, “casi cada día”, entre españoles y nobles indios. El niño Gómez Suárez de Figueroa fue, pues, testigo del encuentro diario de dos culturas, dos modos de vida. Sus padres, por su parte, hacían todo lo posible para que entendiera más la cultura a la que pertenecían. Isabel Chimpu Ocllo trata de que su hijo entienda los valores de sus ancestros. Ella le enseñó el quechua, su tío Cusi Huallpa la historia de sus antepasados y sus tíos Juan Pechuta y Chauca Rimachi las demás cosas del Tahuantinsuyu. Por su parte, el padre, que se encargó de que domine el castellano, confió la crianza del hijo al preceptor Juan de Alcobaza, quien le enseñó gramática y latín. El canónigo Juan de Cuéllar se encargó de perfeccionar su latín y el capitán Gonzalo Silvestre fungió como maestro de historia española. “La vida, de suyo, plantea al niño mestizo graves problemas. El padre, atenido al ritmo de su época, no se cura mucho de ser leal a principios, sino a personas y según el éxito momentáneo, de suerte que se pasa de un campo a otro, cambiando de partido con facilidad... De acuerdo con tales metamorfosis, el insigne bastardo recibirá ora los halagos de GonzalovPizarro, ora los de La Gasca, ora los de Antonio de Mendoza. En medio de tales contradicciones y vicisitudes, la familia mestiza del Capitán vive en la absoluta incertidumbre. Mientras el padre alterna sus devociones, los hijos sufren angustias” (Luis Alberto Sánchez).
La variable personalidad del capitán Garcilaso de la Vega también termina manifestándose en la deslealtad familiar y los prejuicios de la época; abandona a Isabel Chimpu Ocllo y termina casándose con la española Luisa Martel de los Ríos y Lasso de Mendoza, con la que tuvo dos hijas. La princesa inca lo hizo con un escudero de nombre Pedrachi. El Inca Garcilaso de la Vega, tras la dolorosa separación de su familia, siguió
viviendo en la casa de su padre

¿A qué fue a España?
En el año 1559 murió su padre. Había llegado a ser corregidor del Cusco. Por testamento, legó a su hijo las chacras de coca de Havisca (en la zona de Paucartambo) y la suma de cuatro mil pesos para que vaya a estudiar a España. El Inca no pudo tomar posesión de la hacienda porque, según la legislación de la época, tenía que pasar primero a las hijas legítimas, quienes murieron poco tiempo después. El Inca Garcilaso de la Vega se desliga totalmente de su madrastra porque le aguijoneaba la herencia paterna, no solo de abolengo hispano sino también de privilegios crematísticos. Para hallar ambas cosas, decidió cambiar de rumbo a su vida a los 21 años de edad, es decir al poco tiempo de la muerte de su progenitor, en el año 1560. Salió del Cusco y se dirigió a Lima. No le gustó dicha ciudad, de casas sin techo, clima caliente, húmedo y de descomunal plaza. Se quedó maravillado de los restos del Santuario de Pachacámac, de los restos arqueológicos de Cañete y de otros valles, lo mismo que de la visión del océano Pacífico. Tiempo después, se embarcó en el Callao rumbo a España. Luego de una difícil travesía marítima, llegó a Lisboa, de donde se trasladó a Sevilla. Arribó a dicho puerto español en el año 1561. Su viaje había demorado un año. Se fue, pues, a España a reclamar las propiedades de su padre y las que habían sido quitadas a su madre. Luego de varios años de gestiones, la respuesta fue negativa, con el argumento de que su padre le había salvado la vida.

El inca Garcilaso de la Vega era del mismo linaje de Atahualpa
por parte de la madre y descendiente de españoles por parte del padre.
¿A qué se dedicó en España?
Un tanto decepcionado de la corte española, quiso retornar al Perú pero su tío Alonso de Vargas lo persuadió a que se quedara en España, alojándolo en su casa de Montilla (Córdoba) y adoptándolo como su hijo. El Inca ayudó en la administración de sus bienes al tío y se dedicó a ampliar su información cultural.
En 1570 murió don Alonso de Vargas. Sus bienes pasaron a la posesión de la viuda. Cuando ésta murió le fueron otorgados al Inca Garcilaso de la Vega. Entre el año 1570 y poco antes de que muera su tía, el Inca se alistó en el ejército realista. Bajo las órdenes de Juan de Austria combatió contra los moros en la batalla de las Alpujarras, alcanzando el grado de Capitán de su Majestad. En el año 1571 supo de la muerte de su madre, lo que terminó con algún deseo de regresar al Perú. Incluso, dispuso la venta de su hacienda de coca en Havisca. Se relacionó con los jesuitas de Montilla y otros intelectuales de la región, los que lo animaron a traducir “Los Diálogos del Amor” y a su vez para ingresar a la creación literaria. En el año 1588 murió la viuda de su tío y padre adoptivo Alonso de Vargas. El Inca Garcilaso de la Vega gozó a partir de entonces de suficiente solvencia económica y pudo dedicarse plenamente a escribir. Lo hicieron vecino de la ciudad de Montilla y participó en el cabildo. Adquirió más casas y viñedos y se convirtió en próspero agricultor. Se dedicó a la venta del trigo y al negocio de la compra-venta de caballos. Pero, se cansó de la vida pueblerina, vendió todas sus propiedades de Montilla y se trasladó a Córdoba. En dicha ciudad, su círculo de amigos aumentó gracias al apoyo de los jesuitas del lugar y pudo escribir sus grandes obras.

“Enterróse en ella”
Murió el Inca Garcilaso de la Vega el 23 de abril 1616 y fue enterrado en una de las capillas que él mismo había hecho construir dentro de la catedral de Córdoba. En su cripta se encuentra el siguiente texto: “Vivió en Córdoba con mucha religión. Murió ejemplar: dotó esta capilla. Enterróse en ella”.

Proemio de los “Comentarios Reales”
“Aunque ha habido españoles curiosos que han escrito las repúblicas del Nuevo Mundo, como la de México y la del Perú y las de otros reinos de aquella gentilidad, no ha sido con la relación entera que de ellos se pudiera dar, que lo he notado particularmente en las cosas que del Perú he visto escritas, de las cuales, como natural de la ciudad del Cozco, que fue otra Roma en aquel Imperio, tengo más larga y clara noticia que la que hasta ahora los escritores han dado. Verdad es que tocan muchas cosas de las muy grandes que aquella república tuvo, pero escríbenlas tan cortamente que aun las muy notorias para mí (de la manera que las dicen) las entiendo mal. Por lo cual, forzado del amor natural de la patria, me ofrecí al trabajo de escribir estos Comentarios, donde clara y distintamente se verán las cosas que en aquella república había antes de los españoles.

¿Cuáles son sus obras?
1588 - “Los diálogos de Amor de León Hebreo” (traducción del italiano al español).
1590 - “Relación de la descendencia del famoso Carci Pérez de Vargas con algunos pasos de historia digna de su memoria”.
1605 - “Historia de Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto”.
1609 - “Comentarios Reales”.
1617 - “Historia General del Perú”. Esta obra, que es la segunda parte de los “Comentarios Reales”, fue publicada después de su muerte.

Portada de una de las primeras ediciones de los “Comentarios Reales
de los Incas”.Fue impresa a dos colores en Madrid, en 1628. Se añadió
la “vida de Inti Cusi Yupanqui, penúltimo inca”.
“El origen de los Incas Reyes del Perú”
“Viviendo o muriendo aquellas gentes de la manera que hemos visto, permitió Dios Nuestro Señor que de ellos mismos saliese un lucero del alba que en aquellas oscurísimas tinieblas les diese alguna noticia de la ley natural y de la urbanidad y respetos que los hombres debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquél, procediendo de bien en mejor cultivasen aquellas fieras y las convirtiesen en hombres, haciéndoles capaces de razón y de cualquiera buena doctrina, para que cuando ese mismo Dios, sol de justicia, tuviese por bien de enviar la luz de sus divinos rayos a aquellos idólatras, los hallase, no tan salvajes, sino más dóciles para recibir la fe católica y la enseñanza y doctrina de nuestra Santa Madre Iglesia Romana, como después acá lo han recibido, según se verá lo uno y lo otro en el discurso de esta historia; que por experiencia muy clara se ha notado cuánto más prontos y ágiles estaban para recibir el Evangelio los indios que los Reyes Incas sujetaron, gobernaron y enseñaron, que no las demás naciones comarcanas donde aún no había llegado la enseñanza de los Incas, muchas de las cuales se están hoy tan bárbaras y brutas como antes se estaban, con haber setenta y un años que los españoles entraron en el Perú. Y pues estamos a la puerta de este gran laberinto, será bien pasemos adelante a dar noticia de lo que en él había. Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los Incas Reyes naturales que fueron del Perú, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros sus mayores acerca de este origen y principio, porque todo lo que por otras vías se dice de él viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que los Incas lo cuentan que no por las de otros autores extraños. Es así que, residiendo mi madre en el Cozco, su patria, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades y tiranías de Atahualpa (como en su vida contaremos) escaparon, en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus Reyes, de la majestad de ellos, de la grandeza de su Imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiese acaecido que no la trajesen a cuenta.
De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes, lloraban sus Reyes muertos, enajenado su Imperio y acabada su república, etc. Estas y otras semejantes pláticas tenían los Incas Pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: “Trocósenos el reinar en vasallaje...” etc. En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas. Pasando pues días, meses y años, siendo ya yo de diez y seis o diez y siete años, acaeció que, estando mis parientes un día en esta su conversación hablando de sus Reyes y antiguallas, al más anciano de ellos, que era el que daba cuenta de ellas, le dije: - Inca, tío, pues no hay escritura entre vosotros, que es lo que guarda la memoria de las cosas pasadas, ¿qué noticia tenéis del origen y principio de nuestros Reyes? Porque allá los españoles y las otras naciones, sus comarcanas, como tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus Reyes y los ajenos y al trocarse unos imperios en otros, hasta saber cuántos mil años ha que Dios crió el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Empero vosotros, que carecéis de ellos, ¿qué memoria tenéis de vuestras antiguallas?, ¿quién fue el primero de nuestros Incas?, ¿cómo se llamó?, ¿qué origen tuvo su linaje?, ¿de qué manera empezó a reinar?, ¿con qué gente y armas conquistó este grande Imperio?, ¿qué origen tuvieron nuestras  hazañas? El Inca, como holgándose de haber oído las preguntas, por el gusto que recibía de dar cuenta de ellas, se volvió a mí (que ya otras muchas veces le había oído, mas ninguna con la atención que entonces) y me dijo: -Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas y guardarlas en el corazón (es frase de ellos por decir en la memoria). Sabrás que en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos, sin religión ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir; vivían de dos en dos y de tres en tres, como acertaban a juntarse en las cuevas y resquicios de peñas y cavernas de la tierra. Comían, como bestias, yerbas del campo y raíces de árboles y la fruta inculta que ellos daban de suyo y carne humana. Cubrían sus carnes con hojas y cortezas de árboles y pieles de animales; otros andaban en cueros. En suma, vivían como venados y salvajinas, y aun en las mujeres se habían como los brutos, porque no supieron tenerlas propias y conocidas” 


El Inca Garcilaso dela Vega, según pintor
del cusqueño F. Gonzales Gamarra

Inca Garcilaso de la Vega; 
“Comentarios Reales” de los Incas