martes, 26 de abril de 2016

Carta de San Martín a Castilla

LA CONMOVEDORA CARTA DE SAN MARTÍN A CASTILLA: CON 71 AÑOS, CASI CIEGO… DÓNDE DEJARÉ MIS HUESOS
En 1,848 José de San Martín remitió una carta al presidente del Perú, Ramón Castilla, invocando una pensión justa. Casi ciego, considerado un paria por muchos países que ayudó libertar, narra una vida sufrida.

La conmovedora carta de San Martín a Castilla: Con 71 años, casi ciego… dónde dejaré mis huesos

Excelentísimo señor presidente, general don Ramón Castilla

Lima Boulogne-sur-Mer, septiembre 11 de 1848.

Respetable general y señor:

Su muy apreciable y franca carta del 13 de mayo la he recibido con la mayor satisfacción; ella no fue contestada por el paquete del mes pasado en razón de no haber llegado a mi poder que con un fuerte atraso, es decir, el 30 de agosto, tres días después de la salida del paquete de Panamá.

Usted me hace una exposición de su carrera militar bien interesante; a mi turno permítame le dé un extracto de la mía. Como usted, yo serví en el ejército español, en la Península, desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. Una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etcétera, resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar. Yo llegué a Buenos Aires, a principios de 1812; fui recibido por la Junta Gubernativa de aquella época, por uno de los vocales con favor y por los dos restantes con una desconfianza muy marcada; por otra parte, con muy pocas relaciones de familia, en mi propio país, y sin otro apoyo que mis buenos deseos de serle útil, sufrí este contraste con constancia, hasta que las circunstancias me pusieron en situación de disipar toda prevención, y poder seguir sin trabas las vicisitudes de la guerra de la Independencia. En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse seguir fue invariable en dos solos puntos, y que la suerte y circunstancias más que el cálculo favorecieron mis miras, especialmente en la primera, a saber, la de no mezclarme en los partidos que alternativamente dominaron en aquella época, en Buenos Aires, a lo que contribuyó mi ausencia de aquella capital por espacio de nueve años.

El segundo punto fue el de mirar a todos los Estados americanos, en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin.
Consecuente a este justísimo principio, mi primer paso era hacer declarar su independencia y crearles una fuerza militar propia que la asegurase.
He aquí, mi querido general, un corto análisis de mi vida pública seguida en América: yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndola puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército de su mando, no era otro que la presencia del general San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las fuerzas de que yo disponía.

Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible, cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la Independencia hubiera sido terminada en todo el año 23. Pero este costoso sacrificio, y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas circunstancias), de los motivos que me obligaron a dar este paso, son esfuerzos que usted podrá calcular y que no está al alcance de todos el poderlos apreciar. Ahora sólo me resta para terminar mi exposición decir a usted las razones que motivaron el ostracismo voluntario de mi patria.

De regreso de Lima fui a habitar una chacra que poseo a las inmediaciones de Mendoza: ni este absoluto retiro, ni el haber cortado con estudio todas mis antiguas relaciones, y sobre todo, la garantía que ofrecía mi conducta desprendida de toda facción o partido en el transcurso de mi carrera pública, no pudieron ponerme a cubierto de las desconfianzas del gobierno que en esta época existía en Buenos Aires: sus papeles ministeriales me hicieron una guerra sostenida, exponiendo que un soldado afortunado se proponía someter la República al régimen militar, y sustituir este sistema al orden legal y libre. Por otra parte, la oposición al gobierno se servía de mi nombre, y sin mi conocimiento ni aprobación manifestaba en sus periódicos, que yo era el solo hombre capaz de organizar el Estado y reunir las provincias que se hallaban en disidencia con la capital. En estas circunstancias me convencí que, por desgracia mía, había figurado en la revolución más de lo que yo había deseado, lo que me impediría poder seguir entre los partidos una línea de conducta imparcial: en su consecuencia, y para disipar toda idea de ambición a ningún género de mando, me embarqué para Europa, en donde permanecí hasta el año 29, que invitado tanto por el gobierno, como por varios amigos que me demostraban las garantías de orden y tranquilidad que ofrecía el país, regresé a Buenos Aires. Por desgracia mía, a mi arribo a esta ciudad me encontré con la revolución del general Lavalle, y sin desembarcar regresé otra vez a Europa, prefiriendo este nuevo destierro a verme obligado a tomar parte en sus disensiones civiles. A la edad avanzada de 71 años, una salud enteramente arruinada y casi ciego con la enfermedad de cataratas, esperaba, aunque contra todos mis deseos, terminar en este país una vida achacosa; pero los sucesos ocurridos desde febrero han puesto en problema dónde iré a dejar mis huesos, aunque por mí personalmente no trepidaría en permanecer en este país, pero no puedo exponer mi familia a las vicisitudes y consecuencias de la revolución.

Será para mí una satisfacción entablar con usted una correspondencia seguida: pero mi falta de vista me obliga a servirme de mano ajena lo que me contraría infinito, pues acostumbrado toda mi vida a escribir por mí mismo mi correspondencia particular, me cuesta un trabajo y dificultad increíble el dictar una carta por la falta de costumbre; así espero que usted dispensará las incorrecciones que encuentre.

Los cuatro años de orden y prosperidad que bajo el mando de usted han hecho conocer a los peruanos las ventajas que por tanto tiempo les eran desconocidas no serán arrancados fácilmente por una minoría ambiciosa y turbulenta. Por otra parte, yo estoy convencido que las máximas subversivas que a imitación de la Francia quieren introducir en ese país, encontrarán en todo honrado peruano, así como en el jefe que los preside, un escollo insuperable: de todos modos es necesario que los buenos peruanos interesados en sostener un gobierno justo, no olviden la máxima que más ruido hacen diez hombres que gritan que cien mil que están callados. Por regla general los revolucionarios de profesión son hombres de acción y bullangueros; por el contrario los hombres de orden no se ponen en evidencia sino con reserva: la revolución de febrero en Francia ha demostrado está verdad muy claramente, pues una minoría imperceptible y despreciada por sus máximas subversivas de todo orden, ha impuesto por su audiencia a treinta y cuatro millones de habitantes la situación crítica en que se halla este país.

El transcurso del tiempo que parecía deber mejorar la situación de la Francia después de la revolución de febrero, no ha producido ningún cambio y continúa la misma o peor tanto por los sucesos del 15 de mayo y los de junio, como por la ninguna confianza que inspiran en general los hombres que en la actualidad se hallan al frente de la administración. Las máximas de odio infiltradas por los demagogos a la clase trabajadora contra los que poseen, los diferentes y poderosos partidos en que está dividida la Nación, la incertidumbre de una guerra general muy probable en Europa, la paralización de la industria, el aumento de gastos para un ejército de quinientos cincuenta mil hombres, la disminución notable de las entradas y la desconfianza en las transacciones comerciales, han hecho desaparecer la seguridad base del crédito público: este triste cuadro no es el más alarmante para los hombres políticos del país; la gran dificultad es el alimentar en medio de la paralización industriosa, un millón y medio o dos millones de trabajadores que se encontrarán sin ocupación el próximo invierno y privados de todo recurso de existencia: este porvenir inspira una gran desconfianza, especialmente en París donde todos los habitantes que tienen algo que perder desean ardientemente que el actual estado de sitio continúe, prefiriendo el gobierno del sable militar a caer en poder de los partidos socialistas. Me resumo, el estado de desquicio y trastorno en que se halla la Francia, igualmente que una gran parte de la Europa, no permite fijar las ideas sobre las consecuencias y desenlace de esta inmensa revolución, pero lo que presenta más probabilidades en el día es una guerra civil la que será difícil de evitar; a menos que, para distraer a los partidos, no se recurra a una guerra europea acompañada de la propaganda revolucionaria, medio funesto pero que los hombres de partidos no consultan las consecuencias.

Un millón de gracias por sus francos ofrecimientos; yo los creo tanto más sinceros cuanto son hechos a un hombre que, por su edad y achaques, es de una entera nulidad; yo los acepto para una sola cosa, a saber, rogar a usted que los alcances que resultan de los ajustes de mi pensión hechos por esas oficinas puedan, si es de justicia, ser reconocidos por el Estado; pero con la precisa circunstancia de que nada será satisfecho hasta después de mi fallecimiento, en que mis hijos encuentren este cuerpo de reserva para su existencia. Esta carta es demasiado larga para un jefe que tiene que ocuparse de asuntos de gran tamaño: en las subsiguientes tendré presente esta consideración. Al demostrar a usted mi agradecimiento por los sentimientos que me manifiesta en su carta, reciba usted, mi apreciable general, mis votos sinceros porque el acierto presida a todas sus deliberaciones, permitiéndome al mismo tiempo la honra de titularse amigo de usted. Su servidor Q. S. M. B.

José de San Martín

Revista Peruana, Lima 1879, tomo II, págs. 40-43
Apuntes autógrafos, Editorial Del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2009.

PUBLICADO EN: http://portalperu.pe/nota/29-la-conmovedora-carta-san-martin-castilla-71-anos-casi-ciego-donde-dejare-mis-huesos

domingo, 10 de abril de 2016

Túpac Amaru I (1537-1572)

Fue el más valeroso de los hijos de Manco Inca, el que siguió su ejemplo, con fe y tenacidad. Fatalmente, no pudo ganar al poderoso ejército de Francisco de Toledo.

Los hijos de Manco Inca y la sucesión en el trono
El joven Manco Inca dejó cinco hijos y varias hijas; todos, menores de edad. Sus hijos fueron: Titu Cusi Yupanqui, Sayri Túpac, Cápac Túpac Yupanqui, Túpac Huallpa y Túpac Amaru, quien habría nacido en el año 1537. Por tradición incaica, uno de ellos tendría que ascender al trono imperial. Como todos eran menores de edad, la nobleza vilcabambina tuvo que nominar a un regente para que se encargara del gobierno de la zona liberada.


Vilcabamba y su organización socioeconómica
Manco Inca Yupanqui, a quien nunca deslumbró la civilización de los españoles ni su fama de ser invencibles, mantuvo en Vilcabamba el modelo del Estado inca y trató de reproducir la arquitectura y la organización cusqueñas.
La economía en Vilcabamba se basó en: 
1. La producción local, muy generosa en recursos naturales de la Rupa-rupa. 
2. La colaboración en
especies que brindaban los antis de la Amazonía. 
3. Los aportes en víveres
y vestidos que los quechuas leales enviaban. 
4. El comercio con los terratenientes españoles que se iban instalando en zonas aledañas, en tierras que antes habían pertenecido a ricos curacas. 
5. Los productos ganados a los chapetones en los campos de batalla. 
6.Los tributos que estaban obligados a pagar los refugiados, que eran españoles perseguidos como consecuencia de la guerra civil; almagristas, gironistas, etc. Los negros esclavos que se escapaban de sus amos también se refugiaron en Vilcabamba. Varios de ellos sirvieron en los ejércitos del Inca.

La sospechosa muerte de Titu Cusi Yupanqui
En uno de los días del primer semestre de 1571, luego de un altercado con el cura agustino Diego de Ortiz, Titu Cusi Yupanqui, quien le había sucedido en el trono de Vilcabamba a Sayri Túpac desde el año 1561, cayó enfermo y murió a las 24 horas, con la lengua hinchada y manando sangre por la nariz y la boca. El agustino Diego de Ortiz y el escribano Martín de Pando fueron acusados de haberlo envenenado y muriero trágicamente, linchados por los pobladores de Vilcabamba. Entonces, la panaca de Vilcabamba ciñó la borla imperial en la frente de Túpac Amaru Inca o Túpac Amaru. 

Túpac Amaru y las banderas de la reconquista
 El nuevo Zapa Inca nombró a su tío Huallpa Yupanqui, a Cori Paucar Yuayo y a Colla Túpac como jefes de su ejército. Desconoció la Capitulación de Acobamba, expulsó a los españoles de Vilcabamba; cerró sus fronteras. Túpac Amaru reivindicó las banderas de la reconquista y mandó a pregonar que luchaba por la restauración del Tahuantinsuyu .

Toledo busca desesperadamente la rendición del inca
Ante esos hechos, el virrey Toledo, que ya había recibido de España el cúmplase a la Capitulación de Acobamba, incluida la bula que autorizaba el matrimonio de Quispe Titu, el 20 de julio de 1571, envió al dominico Gabriel de Oviedo y al licenciado Garci de los Ríos para que vayan a Vilcabamba y entreguen esos documentos a Túpac Amaru y busquen una salida pacífica a la rebelión. Los enviados llegaron al Cusco y se dirigieron a La Convención. Desde los límites de la zona liberada, enviaron unos mensajeros al Inca, pidiéndole que los reciba. Túpac Amaru no dio la autorización y mandó a ejecutar a los mensajeros. Gabriel de Oviedo y Garci de los Ríos regresaron al Cusco. Toledo, que se encontraba en el Cusco, hizo otro intento, enviando una carta amenazante a los incas de Vilcabamba para que se rindieran. En marzo de 1572, el portador de dicha carta, Tilano de Anaya, ni bien cruzó el puente de Chuquichaca, fue muerto por los guardianes de Túpac Amaru.

Sayri Túpac, la ñusta Cusi Huarcay y otros nobles de su familia
Sayri Túpac pactó con los conquistadores,mientras que Túpac Amaru,
se negó rotundamente
Las maniobras de Francisco de Toledo en el Cusco
Ante ese informe, creció la indignación de Toledo. Ordenó que se terminara con la rebelión a “sangre y fuego”. Preparó un poderoso ejército y puso a su mando al general Martín Hurtado de Arbieto y a los capitanes Juan Álvarez de Maldonado y Martín García Oñas de Loyola. Consiguió el apoyo de un contingente de guerreros cusqueños y de cañaris, enemigos de la panaca de Túpac Amaru. Hizo detener a varios orejones cusqueños, partidarios de la rebelión. Ofreció como trofeo de guerra a la bella ñusta doña Beatriz, rica heredera de las propiedades de su padre Sayri Túpac. La ofrecía en matrimonio a quien apresara a Túpac Amaru.

Las tácticas militares de Toledo y Túpac Amaru
Toledo dividió su ejército en tres frentes. Con la fuerza principal, iría el general Martín Hurtado de Arbieto, por el puente de Chuquichaca, puerta de entrada por el río Vilcamayu (actual río Urubamba). Mientras tanto, Túpac Amaru fortificó Vitcos (nombre actual: Vilcabamba) y Vilcabamba (nombre actual: Pampacona), con el fin de impedir la reconstrucción del puente de Chuquichaca y detener el avance de los españoles. Pero dicho puente, utilizando fuerza indígena y tecnología incaica, ya había sido reconstruido por la vanguardia española comandada por el capitán Juan Álvarez de Maldonado.

Los incas se repliegan en la capital de Vilcabamba
Al no poder contrarrestar al enemigo, los generales incas Colla Túpac y Cori Paucar Yauyo tuvieron que ordenar la total retirada de Vitcos a Pampacona, dispuestos a defender la ciudadela de Vilcabamba hasta perder la vida. Hurtado de Arbieto, sus aliados Cuyu Túpac, Chillchi y sus tropas los siguieron y acamparon en el viejo pueblo de Pampacona. Descansaron, curaron a sus heridos, recibieron más refuerzos y se prepararon para acometer contra Vilcabamba, la capital. La definitiva marcha la iniciaron luego de 10 días de reposo y planeamiento del ataque final. Decidieron atacar por un solo frente. Se dirigieron por el camino real, pero, como estaba lleno de trampas, la tropa combinada indígeno-española tuvo que avanzar a la vera del camino, abriendo trocha.



Túpac Amaru ordena quemar la ciudad y emprende la huida
Los incas, ante la sorpresiva acción, dejaron la fortaleza y emprendieron la retirada. Entre tanto, la tropa de Arbieto entró en Huaina Pucara el 21 de junio. El 23 de junio ya se hallaba en Marcanay, disponiéndose a entrar en Vilcabamba. Túpac Amaru, sabedor de que su ejército estaba desarticulado y que los indígeno-españoles ya se encontraban cerca, ordenó quemar Vilcabamba, principalmente sus palacios y los tambos reales. También dispuso que sus parientes, nobles y capitanes, con la tropa que quedaba, escaparan por diversas direcciones para dispersar la atención de los españoles. Túpac Amaru, con su Coya, Huallpa Yupanqui y una pequeña escolta, huyó por el camino a los manaries.

La toma de Vilcabamba por los indígeno-españoles
El 24 de junio de 1572, entró a tambor batiente la tropa combinada indígeno- española a Vilcabamba, encontrándola totalmente quemada y sin habitantes ni víveres. Fue una victoria que empezó en el puente de Chuquichaca y terminó en Marcanay, peleando cada recodo del camino real con los valientes soldados de Túpac Amaru. Se produjo el rito de toma de posesión del terreno conquistado, por mandato del virrey Toledo, a nombre de su majestad, el rey, de España por voluntad de Dios. El capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, lugarteniente de Toledo, tomó el estandarte real y lo alzó tres veces diciendo: “¡Vilcabamba! Por don Felipe, rey de Castilla”. Luego, lo plantó en la plaza: “...en presencia del dicho gobernador Juan Álvarez de Maldonado, maese del campo general, y de los capitanes Martín García de Loyola y don Antonio Pereyra y Martín de Meneses y Ordoño de Valencia y Antón de Gatos, sargento mayor, Juan Ponce de León, alguacil mayor, y los demás oficiales y soldados, los cuales dispararon el arcabucería y fue disparada el artillería y se dijo misa en el dicho pueblo y así quedó su majestad y su excelencia en su real nombre por pacífico señor de lo cual doy fe el dicho secretario...” (nota: fragmento del acta de toma de posesión de Vilcabamba).

Túpac Amaru cuida a su mujer embarazada
durante la persecución a que fue sometido por los españoles.
Empezó la búsqueda del mayor botín de la guerra
Sarmiento de Gamboa recordó a los españoles el ofrecimiento de Toledo por la captura del inca. Ni bien terminó de decirlo cuando piquetes de españoles con sus ayudantes indios salieron en distintas direcciones para lograr esa hazaña y casarse con doña Beatriz. En el trayecto,fueron cayendo los nobles incas, sus mujeres y sus hijos, a quienes dieron cruel escarmiento. Loyola tuvo la suerte de encontrar en la llacta de Panquies, en la zona de los zapacati, a 6 leguas de Vilcabamba (33 km), un tesoro de oro y plata, avaluado en “un millón de pesos de oro” (Murúa).

La traición del curaca Ispaca y la prisión de Túpac Amaru
Loyola logró convencer a Ispaca que se pase a sus filas. Por ese acto de traición, la primera víctima fue Huallpa Yupanqui, quien cayó preso en una “montaña áspera”. A “tres leguas del desembarcadero del río Picha, a unas cincuenta leguas de la ciudad de Vilcabamba” cayó preso Túpac Amaru, cuando estaba a punto de tomar una canoa e internarse en la selva. Con él se acabó la rebelión iniciada por Manco Inca, en 1536. Los incas de Vilcabamba habían mantenido zona liberada, independiente, no conquistada, durante 36 años. Murieron miles y miles de indios, partidarios de ambos bandos. Pero también los incas de Vilcabamba mataron a dos mil españoles, demostrando que estos no eran invulnerables ni invencibles, y además pusieron en serios aprietos la labor de los gobernadores, pacificadores y virreyes del Perú.
La captura de Túpac Amaru ocurrió en los primeros días de agosto de 1572. Lo llevaron a Vilcabamba. De allí, las tropas victoriosas y sus prisioneros emprendieron viaje al Cusco a fines de agosto de 1572. El 4 de setiembre llegaron a Hoyara, donde los españoles fundaron la ciudad de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba (“Vilcabamba La Nueva”), capital de la Gobernación de Vilcabamba.

El último inca de Vilcabamba es conducido al Cusco
“El 21 de setiembre de 1572 el inca entró a la ciudad del Cusco, ante la mirada compungida de su pueblo; pero no con la angustia del vencido sino con aquella gallarda altivez del hombre que cumplió gloriosamente con su misión histórica. Seguían a Túpac Amaru la coya con sus tiernos hijos, sus apesadumbrados hermanos y demás familiares, después sus valientes capitanes, con los rostros taciturnos pero imponentes. Cerraba el dolorido séquito el cuantioso botín que los enemigos habían tomado en Vilcabamba y los cuerpos embalsamados de Manco Inca Yupanqui y Titu Cusi Yupanqui. Además, como trofeo espléndido, trajeron los españoles el famoso ídolo punchau, todo de oro, en cuyo interior estaba depositado el polvo de los corazones de los incas pasados” (Edmundo Guillén).
“Entre el botín recogido se hallaron momias del padre y hermano del inca y la imagen de oro del sol o ídolo punchau que Pizarro, dice Toledo, por más diligencias que hizo no llegó a descubrir, por haberla hurtado el inca Manco. Era de oro vaciado con el corazón de masa de una cajica de oro dentro del cuerpo del ídolo y la masa de polvos de los corazones de los incas pasados con la significación de las figuras que tiene’” (Rubén Vargas Ugarte, S.J.). Toledo veía esa escena inenarrable por las ventanas de la casa de Tristán de Silva y Guzmán y don Juan Prancorbo. Cuando Túpac Amaru pasó debajo de dicha ventana, el capitán Loyola le ordenó que lo saludara, quitándose la borla imperial. El Inca le respondió que no tenía por qué hacerlo, era un simple yanacona.
Retrato de Túpac Amaru pintado en 1700,
en una tablilla de madera. Está encadenado.
Su leyenda es muy sugerente y empieza
diciendo: “Don Felipe Túpac Amaru Inca...”.
La muerte de Túpac Amaru en la plaza mayor del Cusco
Túpac Amaru fue encerrado en la fortaleza de Colcampata, antigua casa de Paullu Inca. Fue sometido a un juicio sumario y sentenciado a la pena de muerte. El 24 de setiembre de 1572, Toledo le escribió una carta a S.M., diciéndole: “...lo que vuestra majestad manda acerca del Inga, se ha hecho”. La ejecución del inca probablemente se hizo entre el 22 y 23 de setiembre. A Túpac Amaru lo llevaron, de Colcampata al sitio de ejecución, montado en una mula. La comitiva se abrió paso ante una abigarrada multitud que esperaba en la Plaza Mayor del Cusco. Túpac Amaru subió al cadalso, con digna serenidad. La multitud empezó a gritar. El Inca alzó la mano a la altura de la oreja y la bajó. A esa señal, la gente se calló inmediatamente. Durante ese silencio sepulcral, un indio cañari cortó de un hachazo el cuello del Inca. Un multitudinario llanto estremeció los aires de la Plaza Mayor del Cusco. Había muerto el último Zapa Inca.

Continúa la atrocidad mientras se entrega el trofeo a Loyola
Los hermanos y capitanes de Túpac Amaru sufrieron diversos castigos, desde la muerte por ahorcamiento hasta la mutilación de las manos. Su cadáver fue velado en la casa de la viuda de Sayri Túpac. Al día siguiente fue llevado a la Catedral de Cusco, donde, con la presencia de Toledo, se hicieron las exequias. Su cuerpo, según unos, fue entregado a los padres dominicos para que lo enterraran al lado de Sayri Túpac, en el Coricancha o templo del sol. Según otros, su cabeza fue puesta en una picota y exhibida para escarmiento. Como la cabeza no se “...corrompía; al contrario, mantenía su belleza”, tuvo que ser enterrada junto con el resto de su cuerpo. Dejó cinco hijos: 2 varones y 3 mujeres. Una de las hijas, doña Juana Pilco Huaco, fue la pariente directa de José Gabriel Condorcanqui. Toledo también dispuso que el cuerpo embalsamado de Manco Inca Yupanqui fuese quemado. El capitán García de Loyola, en efecto, fue premiado por el apresamiento y ejecución de Túpac Amaru. Se casó con doña Beatriz, accediendo a las encomiendas de Sayri Túpac. Pero su carácter sanguinario y temible no se sosegó. Más bien sumó otro defecto: la soberbia.
“...la agonía política del Tahuantinsuyu fue lenta y dolorosa, y su final trágico se debió más a las divisiones y luchas intestinas –cualesquiera que hayan sido sus causas profundas– que al poder bélico y habilidad de los invasores. Infortunadamente, a lo largo de este primer intento de reconquista, por ambos bandos, se derramó más sangre peruana que extranjera y se luchó tan obcecadamente que se prefirió en último extremo el triunfo español al de la facción contraria. De esta manera, el inveterado error de creer con simpleza que un puñado de aventureros españoles derrumbaron el Imperio Inca en poco más de una hora, ha quedadoatrás como un embeleco histórico, para dar paso a la historia de su épico final después de una bizarra resistencia en las fragosas breñasincas de Vilcabamba. El primer intento de reconquista del Perú inca, de 1536 a 1572, de lucha tenaz en los campos de batalla y en lides diplomáticas, constituye así uno de los capítulos más importantes de su gesta heroica y ejemplar contra la dominación extranjera” (Edmundo Guillén).

Pintura colonial del matrimonio del capitán Martín Garcia Oñas de Loyola con doña Beatriz
De esa manera el virrey Francisco de Toledo cumplió con el premio que había ofrecido
por el apresamiento de Túpac Amaru.

JULIO VILLANUEVA SOTOMAYOR
BIOGRAFIA "Túpac Amaru I"